De la Rebelión al Regocijo
-Matthew Spangenberg

De la Rebelión al Regocijo

Mi nombre es Matthew Spangenberg, y esta es mi historia.
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Nací y crecí en un hogar cristiano y estuve en la iglesia desde antes de lo que tengo memoria. Aprendí sobre Dios, el bien y el mal, el pecado y todo eso desde muy joven. Recuerdo que a la edad de 13 años, fui a un campamento cristiano para adolescentes, allí le oré a Dios y le pedí que me llevara al cielo, no porque estaba dispuesto a entregarle mi vida a Cristo o agradarle con mi vida, sino porque no quería ir al infierno.

A medida que crecía intentaba ser un buen niño. Iba a la iglesia con mi familia, fui acomodador en la iglesia, memoricé versículos bíblicos y asistí a las actividades para adolescentes en la iglesia. Nunca me metí en la bebida, la maldición o las drogas. Yo era un “niño común y bueno”. Cada vez que tenía dudas sobre si realmente estaba bien con Dios, me recordaba de aquel día cuando había orado a los 13 años; y eso me hacía sentir mejor.

A medida que crecí, me volví rebelde. En el exterior, me veía bien: todavía iba a la iglesia, me recortaban el pelo, hablaba bien y trataba de actuar como si estuviera siguiendo a Dios. Pero tenía amargura y rebelión por dentro con respecto a la autoridad en mi vida. Según pasaron los años, mi rebelión salió más y más. Tenía una mala actitud, le faltaba el respeto a mis padres, comencé a escuchar música mundana e incluso tuve algunos problemas con la ley. Cuando tenía dudas sobre mi relación real con Dios, simplemente las rechazaba y culpaba a otras personas o cosas como motivo de mi pecado. Justificaba el porque no había nada malo con estar enojado y no respetar a la autoridad en mi vida. Yo sabía mejor que nadie.
Estudié en casa toda mi vida, esto sólo alimentó mi rebelión aún más. Comencé a ir a un colegio comunitario local durante mi último año de secundaria. Después de graduarme de la secundaria, no pude soportarlo más. No podía soportar ir a la universidad y vivir en casa. Continuar los estudios universitarios no era para mí. Mi relación con mis padres había empeorado con los años, y estaba listo para vivir por mi propia cuenta, solo y lejos de todo. Comencé a trabajar en construcción a tiempo parcial y lo disfruté. Entonces, a los 18 años alquilé una habitación, dejé la universidad y trabajé mucho. Tenía algunas metas en mi vida y trabajé duro para alcanzarlas. A los 19 años, me comprometí con mi futura esposa, Jennifer. Cuando no estaba pasando tiempo con ella, estaba trabajando en trabajos adicionales para ahorrar dinero para comprar una casa.
"Justificaba el porque no había nada malo con estar enojado y no respetar a la autoridad en mi vida. Yo sabía mejor que nadie."
Durante ese tiempo viviendo solo, maduré mucho y comencé a cuestionar mi relación personal con Dios. Sentí que no tenía una relación con Él. Claro, todavía iba a la iglesia todos los domingos e incluso los miércoles. Todavía les decía a los demás que era cristiano. Todavía era un chico limpio y decente. Basado en el exterior, nadie sabía que estaba teniendo dudas. Necesitaba tener claridad sobre la situación, así que me encontré con un amigo mayor quien mostraba ser un verdadero cristiano. Realmente lo que quería era que él sólo dijera que yo estaba bien y que todas mis luchas internas eran normales. Todo lo contrario, el me dijo que no importaba lo que el pensaba, sino que lo que era importante era lo que Dios pensaba. El sugirió que comenzáramos un estudio bíblico para ver lo que Dios tenía que decir sobre la vida y la salvación. Aunque fui criado en una iglesia cristiana y “sabía” todo acerca de la Biblia y Dios, pensé que no podía hacer daño revisarlo de nuevo.

Revisamos el estudio sobre la Ley de Dios, los Diez Mandamientos. Dios dice que si rompes un mandamiento en sólo una de las áreas, eres culpable de romperlos todos. ¡increíble, ese es un estándar bastante alto para alcanzar - perfección sin pecado por toda tu vida para tener el favor de Dios! ¿Quién puede hacer eso? Nadie puede. Todos hemos pecado. Nadie es perfecto. Yo no era perfecto ante Dios. Mirando la ley de Dios con una mente abierta y siendo honesto conmigo mismo, tuve que admitir que no estaba bien con Dios. En realidad era un enemigo de Dios. Aprendí que la Biblia dice que no hay un término medio. No existe el “estar bien” con Dios por nuestra propia cuenta. Usted es su hijo o es su enemigo. Eres un hijo de Dios o un hijo del Diablo. La Biblia dice que todos nacemos como hijos del Diablo y que debemos nacer de nuevo para ser hijos de Dios.

Tuve que admitir que no tenía el Espíritu de Dios en mi vida. El fruto del Espíritu, como el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la gentileza y la bondad, faltaban en mi vida. Por mucho que tratara de ser una buena persona y hacer lo correcto, esas actitudes piadosas no estaban dentro de mí. Me di cuenta de que estaba perdido y que no pertenecía a Dios. Estaba asustado. Pero tenía mucho orgullo. Me engañaba a mí mismo y me negaba a admitir mi verdadera condición. Yo sabía que si alguna vez lo admitía, tendría que hacer algo al respecto.

Una vez que di cuenta de que estaba en problemas con Dios, pero ¿qué podía hacer al respecto? Al crecer en la iglesia, sabía que tenía que orarle a Dios y pedirle que me perdonara, pero ¿podría ser así de simple? El hecho de que toda mi vida había rechazado al Dios del Cielo, Aquel que me amaba tanto, para perseguir mis deseos egoístas me destruyó. Sabía que necesitaba arrepentirme y estaba bastante conmocionado. Y no quería que mis emociones sacaran lo mejor de mí y sólo tener una experiencia emocional. Quería una verdadera claridad y una comprensión total de lo que estaba haciendo. Mi amigo me recomendó un libro llamado Consejos Para Buscadores, de Charles Spurgeon. Ese libro realmente me habló y me mostró que Jesús había muerto en la cruz por MIS pecados, un hecho que conocía pero que no había entendido personalmente. Si yo fuera la única persona viva, o la única persona que alguna vez pecó, Jesús aún hubiese venido y muerto por mí. Había tratado de vivir una vida “buena” mientras crecía (y fracasé miserablemente). Traté de alejarme de las cosas “malas” y hacer lo que era “correcto”. Pero el problema era que estaba INTENTANDO ganar el favor de Dios. Me di cuenta de que no había nada que pudiera hacer para ser lo suficientemente bueno o tener perdón por los pecados que ya había cometido.
"Tuve que entregar mi vida y mi voluntad a Él y aceptar su voluntad para mi vida. Esa fue la parte más difícil para mí."
Entonces, ¿qué podría hacer ahora? La respuesta fue simple. Nada. No había nada que hacer PORQUE Jesús ya lo había hecho todo. Yo era un pecador podrido y malvado ante los ojos santos de Dios. La única forma en que mis pecados podrían ser perdonados y volverme justo ante los ojos de Dios era a través de la sangre de Jesús. Romanos 5:8 dice: “Mas Dios encarece su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Tuve que entregar mi vida y mi voluntad a Él y aceptar su voluntad para mi vida. Esa fue la parte más difícil para mí.
Tenía mucho orgullo y grandes planes para mi vida. Cada vez que alguien decía que no se podía hacer algo, o yo era demasiado Y generalmente lo hacía. Nunca me gustó pedir ayuda. Me gustaba hacer las cosas solo y por mi propia cuenta. Tenía que darme cuenta de que la salvación no dependía de lo que podía hacer por mí mismo, sino sólo del hecho de que tenía que aceptar un regalo gratis. (Nota: “salvado,” “salvación,” y “nacido de nuevo” son conceptos bíblicos que se refieren al perdón de los pecados por Dios y al rescate de una persona del poder y la pena de ese pecado. Este es el requisito de Dios para la vida eterna.)

“...El don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23) El don gratuito de Dios, la salvación a través de Jesús, estuvo allí todo el tiempo. Sólo necesitaba extender la mano y tomarlo. Recuerdo arrodillarme junto a la cama y clamar al Señor para que me perdonara por todos mis pecados: mi rebelión, mi terquedad, mi orgullo. Admití que merecía morir por mis propios pecados y quemarme en el infierno por toda la eternidad. Le pedí al Señor que se encargara de mi vida y me mostrara su voluntad. Toda mi vida había escuchado la predicación de la Biblia y había aprendido todo acerca de Jesús y la cruz, pero nunca lo había hecho personal hasta esa noche. Cuando le oré al Señor para que me salvara esa noche, en ese mismo momento, lo hizo.

Desde esa noche, el Señor ha cambiado mi vida. Todavía soy la misma persona por fuera, pero Cristo me hizo un hombre nuevo por dentro. Me quitó la amargura que tenía en mi corazón y cambió mi actitud hacia la autoridad. El Señor cambió mis deseos; después de esa noche, quería complacer al Señor.

Estoy muy agradecido por el regalo de salvación de Dios. Es muy simple y gratis. Cualquiera puede disfrutar de la paz y el propósito en la vida que sólo Él puede dar. Si buscas la verdadera paz en la vida sin importar lo que venga, necesitas a Cristo. Todos lo necesitamos. Todos nacemos con un vacío profundo que tratamos de llenar. La respuesta es Jesucristo. Si nunca has experimentado el poder transformador del perdón y el amor de Dios, te insto a que hoy lo consideres seriamente. Jesús murió por ti y te ama. Él está esperando que lo llames y aceptes su oferta gratuita de salvación. Es la mejor decisión que podrías tomar. El Señor me ha bendecido mucho más de lo que me podía imaginar. Me ha dado a mi esposa como mi mejor amiga, cuatro hijas preciosas, un hogar en el cielo, paz, alegría, propósito en la vida, etc. No podría imaginar pasar esta vida sin Cristo. Sería tan vacío e inútil. Hay más en la vida que sólo el aquí y ahora, riquezas y éxito. Hay eternidad por delante de nosotros. Esta vida es sólo un pequeño vapor en el radar de la eternidad. Si alguna vez quieres saber más sobre el Dios a quien sirvo y que ha cambiado mi vida, me complacería hablar contigo y responder cualquier pregunta que puedas tener. Dios es real y quiere conocerte. Por favor no lo ignores.

¿Qué harás con Jesús?