Tres Palabras Que Transformaron Mi Vida
-Jerry Wilhite

Tres Palabras Que Transformaron Mi Vida

Mi nombre es Jerry Wilhite, y esta es mi historia.
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Creciendo en el estado de Iowa, tenía todo lo que un niño podia desear – un hogar en donde mis padres me amaban; una finca de 120 cuerdas en donde podia pescar, casar, y correr mi motocicleta, una pequeña escuela, la cual solo ofrecía 4 diferentes deportes; muchísimas oportunidades para trabajar; buenos y sanos amigos; y eventualmente, mi propio carro, un Volkswagen azul. Durante mis cuatro años de escuela superior, de la cual me gradué en 1977, participé en fútbol, pista y campo, y baloncesto. Mis deseos eran obtener premios al igual que altas posiciones: había sido el líder en mi clase; tenía tres motoras; también logré tener los trabajos de mayor paga en todo el estado de Iowa. Debido a todos los honores que logré obtener en mi graduación, no podía sentirme mas orgulloso.

No debo de olvidar de mencionar una pequeña iglesia Bautista en el pueblo, en donde fui con mis padres con bastante regularidad. Esa iglesia tuvo un tremendo impacto en mi vida. Hasta mi “religion” fue cultivada y desarrollada desde pequeño. Asistía a la escuela dominical, me memorizaba versículos, participaba en programas de jóvenes, y hasta iba a campamentos Cristianos. Todo esto me “enseño” lo que toda buena persona debía saber. ¿Conocimiento Bíblico? Lo sabía todo.

Fue bastante difícil escoger una universidad para mí. Mis padres me hicieron la misma oferta que le hicieron a todos mis hermanos. Si completaba un año en una universidad Cristiana, ellos me pagarían todos los gastos de ese año. No sabía el impacto que esa oferta iba a tener en mi vida. Mi hermana mayor optó por casarse. Siendo el segundo hijo, y el mayor de tres varones, opté por aprovecharme de la oferta. Pensaba que un año en la universidad Cristiana no era tan malo. Pensaba que sería como una escuela dominical mas avanzada.
Mis padres me aconsejaron que solicitara una universidad Cristiana en el estado de Wisconsin. Las posibilidades de jugar en el equipo de fútbol americano de la universidad captó mi atención. Pero cuando llegué a la universidad, me di cuenta que los jugadores de fútbol eran muchos mas grande que con los que estaba acostumbrado a jugar. Estaba agradecido que la universidad organizara un equipo de balonpie. Las próximas dos semanas las pasé practicando un deporte que nunca había jugado. Poco después comenzaron las clases, hice nuevas amistades, y muchas oportunidades se me abrieron.
“Mis padres me aconsejaron que solicitara una universidad Cristiana en el estado de Wisconsin.”
Pero algo estaba definitivamente mal. Comenzé a poner atención a los sermones como nunca lo había hecho anteriormente, o por lo menos, no me acordaba haberlo escuchado de tal manera. Los sermones, los cuales hablaban de una relación vibrante con un Cristo vivo, el cual no conocía, estremecieron mi corazón. Bien me recuerdo en mi primer año cuando un predicador visitó la universidad y predicó la Palabra de Dios con tal fuerza que me dejó sintiendo todo el peso del pecado, con un tremendo vacio, y con un sentido de insignificancia de vida. El predicador usó el versículo en Romanos 3:10, “como está escrito: no hay justo, ni aun uno.” Tambien usó Salmo 53:2-3, “Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, por ver si hay algún entendido que busque a Dios. Cada uno se había vuelto atrás; todos se habían corrompido: no hay quien haga bien, no hay ni aun uno.” Estos versículos me captaron la atención. No sabía lo que me estaba pasando. Solo sabía una cosa con seguridad, algo estaba desesperadamente mal conmigo. Años tras años, mensajes tras mensajes, el Señor estaba tocando en la puerta de mi corazón, pero esta persona que había logrado todo por sus propios esfuerzos y trabajo, este santurrrón, no iba a cambiar.

En el otoño del año 1980, mi ultimo año universitario, empezé a darme cuenta que estaba perdido. Lo que quiero decir con la palabra perdido es que era un pecador sin propósito de vida y sin una verdadera relación con Jesucristo. Todo esto llegó a su final cuando un día estaba inspeccionando los cuartos de los dormitorios. El Señor estaba los últimos meses llamándome la atención por medio de los sermons que había escuchado, por medio de las relaciones con otros estudiantes, y a través de mis estudios Bíblicos. Había considerado que estaba perdido muchísimas veces, pero nunca hice nada al respecto. Pero esta mañana fue diferente.
“¡Por fin cedí!”
¡Por fin cedí! Regresé a mi cuarto, me arrodillé ante una vieja silla, y finalmente le admití al Señor que estaba perdido y que necesitaba a Jesucristo en mi corazón y vida. Estaba cansado de las escusas y mentiras que decía para convencerme que le pertenecia a Cristo, pero la realidad era que carecía de pruebas internas y eternas. Admitirle al Señor mi desesperada condición y falta de salvación no fue fácil. Había sido una persona exitosa, especialmente en cuanto a la religión se concierne.
Aunque no me recuerdo todo lo que dije ese día, ni cuanto tiempo estuve arrodillado hablandole al Señór, bien recuerdo haber dicho tres palabras y haber llegando al lugar que muchas gentes no quieren ir. Con estas tres palabras, le admití a Dios y a mí también, exactamente lo que era.”¿Cuáles eran estas tres palabras?” debe de estar preguntándose. “¡Señor, estoy perdido!” Una vez admití mi verdadera condición, le pedí al Señor que me salvara basado en las promesas de las Escrituras, Juan 3:16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 6:47,“De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.” Cuando me levanté, sentía una paz y seguridad la cual nunca había experimentado hasta ese momento. La carga y peso del pecado se me quitó. Comenzé a ver un Nuevo poder en mi vida, el cual me daba Victoria sobre el pecado; tuve una actitud diferente hacia las demás personas; y un sentido de estar bien con Dios.

Si nunca a sido realmente salvo, porqué no admitir su condición ahora mismo “…Por cuantos todos pecaron…” (Romanos 3:23) y acepta a Jesucristo, “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:13)